Subíamos por las escaleras de su casa. Yo iba detrás de ella
cargado con mis libros y demás cosas que Anne me había dicho que servirían.
Mientras, en mi mente, sólo podría repetirse una continua
pregunta: ¿Cómo se enseñaban matemáticas a alguien que ni siquiera conocías?
Aún no había pasado el tiempo suficiente como para que me
diese tiempo a procesar todo esto que estaba pasando. Aún no sabía si se
trataba de una broma todo esto.
Entramos a la habitación de ______. Era grande y luminosa,
pero tampoco quise describirla mucho más con mis ojos, pues quería terminar con
esto lo antes posible.
-Toma asiento. – Me ofreció _____ sacando un banquete del
armario. Lo puso al lado de la silla de estudio. – Coge la silla que quieras.
Giré mi labio y pensé en algo: ¿Quería estar cómodo o ser
educado? Iba a estar aquí un buen rato. No creo que la importase que me sentase
en la silla de estudio, pues yo era el profesor.
Di dos pequeños pasos, y aterricé mi cuerpo en la cómoda
silla. La chica se quedó algo desconcertada. Apostaba a que pensó que me
sentaría en el banquete.
No me conocía aún lo suficiente como para saber que, con desconocidos
no tenía ningún tipo de “compasión”
Puse la bandolera sobre el escritorio y saqué el libro que
el día anterior me dijo Anne que usase con ______. ¿De verdad esto le serviría?
Resoplé en mi interior y lo extendí hasta su altura. También saqué dos
calculadoras que dejé aparcadas en un rincón del escritorio.
Ninguna conversación presente entre nosotros dos, solo se
escuchaba las manecillas del reloj de noche que tenía en la mesilla de noche,
cerca de nosotros. Ella estaba algo tímida, y lo prefería. No quería ser
participante de una conversación con una chica que para mí, era algo
insignificante.
-Toma. – Le dije prestándole el libro. – Dime que no
entiendes.
La chica comenzó a ojear el libro. Yo la miraba de reojo. Su
rostro no era del todo agradable, y entendí que esto me costaría muchísimo más
de lo que me había imaginado. – Cosa en la que no había puesto demasiada
confianza. –
-Creo que debes explicarme todo. – Dijo, tras un pequeño
sonidito.
-¡¿Todo?! – Exclamé.
-Sí…
Mis dientes se apretaron e intenté conservar la paciencia
que prometí tener. ¿De veras tenía que explicarle todo? ¿Qué tipo de encerrona
era esto? ¿Anne y _____ estarían compinchadas? De veras, quería salir de esta
situación lo antes posible, y despedirme de toda esta tontería de críos en la
que me había involucrado.
Cogí el libro e intenté conservar el comportamiento de
persona madura y paciente que Anne me había asegurado que tenía. Pasaba las
hojas del libro, intentando empezar por algo simple y sencillo. El problema
era: ¿El qué?
Al fin avisté un problema de aritmética que podría valer.
¡Maldita sea! Mis planes de verano no era pasarlos todos en una habitación, con
una cría patosa y algo inmadura.
La rabia me abrasaba las venas. “Sé paciente, Niall” me
repetía en mis adentros.
-¿Entiendes esto? – Pregunté.
-Supongo que si me lo explicas, lo entenderé rápido. – Dijo,
con la voz entrecortada.
¿Explicarle esto también? ¡Dios mío! Me quería tirar por la
ventana. Yo no servía para esto. Necesitaba una dosis de convicción.
-Toma la calculadora. Intenta hacer lo que sepas y apúntalo
en el folio. Yo mientras haré una llamada. – Dije.
Le tendí la calculadora y la dejé sobre el folio que tenía
delante de ella. Atravesé su habitación y tomé el pomo de la puerta hasta salir
al pasillo de la planta de arriba, donde solo estaban las puertas de las
habitaciones.
Saqué el teléfono de mi bolsillo y busqué desesperado el número
de Anne.
Lo puse en mi oído y esperé un par de pitidos. Al tercero,
la melodiosa voz de mi novia, se escuchó en el aparato.
-¡Hola, cielo! – Exclamó.
Al fondo se escuchaban gaviotas, y las olas del mar, cosa
que me facilitó saber que estaría cerca de la playa.
-Anne… - Musité.
-¿Estás bien? ¿Te pasa algo? – Preguntó, preocupada.
-No entiendo por qué tengo que hacer esto. No me adapto. – Dije.
-Oh, vamos cielo. Date una oportunidad. Seguro que a la tercera
clase lo haces genial.
-No, no. esto es imposible, Anne. Tu hermana no entiende
nada. ¿Cómo quieres que le explique todo eso? Ni si quiera soy profesor de
matemáticas… No entiendo porque tu madre tiene que aceptar una relación si ya
eres mayor de edad. Además, tu hermana y yo no nos podemos llevar bien. Es una
cría.
-Niall, por favor. Este es el último recurso. Además, mi
hermana es simpática. Te caerá bien. Sólo es un poco más pequeña. Ten
paciencia.
-Anne…
-Última oportunidad. – Me interrumpió. – Si de aquí a unos
días no te adaptas, te prometo que pensaré en otra cosa.
-¿Prometido? – Le pregunté.
-Te lo prometo.
-Está bien. Luego hablamos. Te quiero.
-¡Ese es mi chico! – Exclamó Anne. – Y, ahora, vuelve con
ella. Luego te veo. ¡Te quiero!
Resoplé y me calmé. Hablar con Anne lo había hecho, pero
necesitaba concentrarme en que esta era la última oportunidad.
Abrí la puerta del cuarto y observé a _______. Tenía una
mano puesta en su cabeza mientras daba golpecitos con el bolígrafo en ella.
Me senté y miré el folio. Mi sorpresa llegó cuando vi lo que
había hecho: Nada.
¡No había hecho nada! De nuevo la rabia corría por mis
venas. ¡Quería salir de aquí!
-No has hecho nada… - Dije, con tono rencoroso.
-Si no me explicas nada no pretendas que lo sepa. – Me contestó.
– Te recuerdo que estás aquí para enseñarme y no para irte a hablar por teléfono.
Si tan profesor eres, vamos. Enséñame.
Mi cara se descomponía mientras la chica iba pronunciando
las sílabas. Sus palabras cada vez se elevaban más de tono y yo me intimidaba.
¿Y ese carácter tan estúpido a qué se debía?
-Encima soportar esto… - Susurré, sin querer.
-¿Perdona? – Replicó.
Mierda, me había escuchado.
-Nada. – Contesté.
-Bien, explícame. – Me ordenó.
¿Quién se suponía que mandaba aquí? ¿Ella o yo? Tomé aire y
decidí sacar mi poca paciencia acumulada.
-Primero deberías saber lo que es el álgebra.
-Es la rama de
la matemática que estudia la cantidad considerada del modo más general posible.
Puede definirse como la generalización y extensión de la aritmética. – Musitó, sin
mirar al libro.
La miré a los ojos y, por un
momento, me estremecí. Eran expresivos y profundos. Un color marrón oscuro los
detallaba. Sus pestañas eran largas y…
Agité disimuladamente mi
cabeza. Me había tranquilizado. ¿Cómo lo había conseguido?
-Bien… -Balbuceé, disimulando
mi paranoia. – Haz esta operación.
Arrastré su folio hasta mi
altura. Me incliné sobre el papel y escribí una operación algebraica. Después,
se lo extendí y ella atrapó el folio con sus manos.
Sus manos…
Estaban algo
morenas gracias al cálido sol del verano. Perfectamente cuidadas e hidratadas.
Sus uñas eran rosas, y contrastaban perfectamente con su piel.
Agité mi cabeza de nuevo.
Estaba quedándome embobado. ¿Sería el aburrimiento? Hacía tiempo que no hacía
esto.
Era inevitable no poderla
mirar las manos, las cuales me estremecían, así que, debía buscar una solución.
-Te sabes la teoría pero no
la práctica. - Musité. – Mira.
Suspiré en mi interior, y de
nuevo recuperé el folio. Ahora solo miraba a la hoja, y me concentré en
terminar la operación.
Álgebra. Se me daba tan bien
cuando estudiaba…
-Es así. – Dije. - ¿Lo has
entendido?
-Sí… - Titubeó. – Algo mejor.
Suspiré. Primer objetivo
conseguido, pero no con éxito. ¿Por qué diablos me desconcerté tanto cuando
miré sus ojos? ¿Y por qué me perdí cuando observé sus manos?
Era una cría antipática,
patosa, borde e inmadura. No tenía nada que envidiar a Anne. Pero, ¿Por qué diablos la
comparaba con mi novia?
Estaba delirando. Quizás el
aburrimiento, quizás… No lo sé.
PD: ¡SEGUNDO CAPÍTULO DE HOY! http://nobodycomparesatyou2.blogspot.com.es/2014/01/capitulo-4.html
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