sábado, 11 de enero de 2014

Capítulo 3.

Subíamos por las escaleras de su casa. Yo iba detrás de ella cargado con mis libros y demás cosas que Anne me había dicho que servirían.

Mientras, en mi mente, sólo podría repetirse una continua pregunta: ¿Cómo se enseñaban matemáticas a alguien que ni siquiera conocías?

Aún no había pasado el tiempo suficiente como para que me diese tiempo a procesar todo esto que estaba pasando. Aún no sabía si se trataba de una broma todo esto.

Entramos a la habitación de ______. Era grande y luminosa, pero tampoco quise describirla mucho más con mis ojos, pues quería terminar con esto lo antes posible.

-Toma asiento. – Me ofreció _____ sacando un banquete del armario. Lo puso al lado de la silla de estudio. – Coge la silla que quieras.

Giré mi labio y pensé en algo: ¿Quería estar cómodo o ser educado? Iba a estar aquí un buen rato. No creo que la importase que me sentase en la silla de estudio, pues yo era el profesor.

Di dos pequeños pasos, y aterricé mi cuerpo en la cómoda silla. La chica se quedó algo desconcertada. Apostaba a que pensó que me sentaría en el banquete.

No me conocía aún lo suficiente como para saber que, con desconocidos no tenía ningún tipo de “compasión”

Puse la bandolera sobre el escritorio y saqué el libro que el día anterior me dijo Anne que usase con ______. ¿De verdad esto le serviría? Resoplé en mi interior y lo extendí hasta su altura. También saqué dos calculadoras que dejé aparcadas en un rincón del escritorio.

Ninguna conversación presente entre nosotros dos, solo se escuchaba las manecillas del reloj de noche que tenía en la mesilla de noche, cerca de nosotros. Ella estaba algo tímida, y lo prefería. No quería ser participante de una conversación con una chica que para mí, era algo insignificante.

-Toma. – Le dije prestándole el libro. – Dime que no entiendes.

La chica comenzó a ojear el libro. Yo la miraba de reojo. Su rostro no era del todo agradable, y entendí que esto me costaría muchísimo más de lo que me había imaginado. – Cosa en la que no había puesto demasiada confianza. –

-Creo que debes explicarme todo. – Dijo, tras un pequeño sonidito.
-¡¿Todo?! – Exclamé.
-Sí…

Mis dientes se apretaron e intenté conservar la paciencia que prometí tener. ¿De veras tenía que explicarle todo? ¿Qué tipo de encerrona era esto? ¿Anne y _____ estarían compinchadas? De veras, quería salir de esta situación lo antes posible, y despedirme de toda esta tontería de críos en la que me había involucrado.

Cogí el libro e intenté conservar el comportamiento de persona madura y paciente que Anne me había asegurado que tenía. Pasaba las hojas del libro, intentando empezar por algo simple y sencillo. El problema era: ¿El qué?

Al fin avisté un problema de aritmética que podría valer. ¡Maldita sea! Mis planes de verano no era pasarlos todos en una habitación, con una cría patosa y algo inmadura.

La rabia me abrasaba las venas. “Sé paciente, Niall” me repetía en mis adentros.

-¿Entiendes esto? – Pregunté.
-Supongo que si me lo explicas, lo entenderé rápido. – Dijo, con la voz entrecortada.

¿Explicarle esto también? ¡Dios mío! Me quería tirar por la ventana. Yo no servía para esto. Necesitaba una dosis de convicción.

-Toma la calculadora. Intenta hacer lo que sepas y apúntalo en el folio. Yo mientras haré una llamada. – Dije.

Le tendí la calculadora y la dejé sobre el folio que tenía delante de ella. Atravesé su habitación y tomé el pomo de la puerta hasta salir al pasillo de la planta de arriba, donde solo estaban las puertas de las habitaciones.

Saqué el teléfono de mi bolsillo y busqué desesperado el número de Anne.

Lo puse en mi oído y esperé un par de pitidos. Al tercero, la melodiosa voz de mi novia, se escuchó en el aparato.

-¡Hola, cielo! – Exclamó.

Al fondo se escuchaban gaviotas, y las olas del mar, cosa que me facilitó saber que estaría cerca de la playa.

-Anne… - Musité.
-¿Estás bien? ¿Te pasa algo? – Preguntó, preocupada.
-No entiendo por qué tengo que hacer esto.  No me adapto. – Dije.
-Oh, vamos cielo. Date una oportunidad. Seguro que a la tercera clase lo haces genial.
-No, no. esto es imposible, Anne. Tu hermana no entiende nada. ¿Cómo quieres que le explique todo eso? Ni si quiera soy profesor de matemáticas… No entiendo porque tu madre tiene que aceptar una relación si ya eres mayor de edad. Además, tu hermana y yo no nos podemos llevar bien. Es una cría.
-Niall, por favor. Este es el último recurso. Además, mi hermana es simpática. Te caerá bien. Sólo es un poco más pequeña. Ten paciencia.
-Anne…
-Última oportunidad. – Me interrumpió. – Si de aquí a unos días no te adaptas, te prometo que pensaré en otra cosa.  
-¿Prometido? – Le pregunté.
-Te lo prometo.
-Está bien. Luego hablamos. Te quiero.
-¡Ese es mi chico! – Exclamó Anne. – Y, ahora, vuelve con ella. Luego te veo. ¡Te quiero!

Resoplé y me calmé. Hablar con Anne lo había hecho, pero necesitaba concentrarme en que esta era la última oportunidad.

Abrí la puerta del cuarto y observé a _______. Tenía una mano puesta en su cabeza mientras daba golpecitos con el bolígrafo en ella.

Me senté y miré el folio. Mi sorpresa llegó cuando vi lo que había hecho: Nada.

¡No había hecho nada! De nuevo la rabia corría por mis venas. ¡Quería salir de aquí!

-No has hecho nada… - Dije, con tono rencoroso.
-Si no me explicas nada no pretendas que lo sepa. – Me contestó. – Te recuerdo que estás aquí para enseñarme y no para irte a hablar por teléfono. Si tan profesor eres, vamos. Enséñame.

Mi cara se descomponía mientras la chica iba pronunciando las sílabas. Sus palabras cada vez se elevaban más de tono y yo me intimidaba. ¿Y ese carácter tan estúpido a qué se debía?

-Encima soportar esto… - Susurré, sin querer.
-¿Perdona? – Replicó.

Mierda, me había escuchado.

-Nada. – Contesté.
-Bien, explícame. – Me ordenó.

¿Quién se suponía que mandaba aquí? ¿Ella o yo? Tomé aire y decidí sacar mi poca paciencia acumulada.

-Primero deberías saber lo que es el álgebra.
-Es la rama de la matemática que estudia la cantidad considerada del modo más general posible. Puede definirse como la generalización y extensión de la aritmética. – Musitó, sin mirar al libro.

La miré a los ojos y, por un momento, me estremecí. Eran expresivos y profundos. Un color marrón oscuro los detallaba. Sus pestañas eran largas y…

Agité disimuladamente mi cabeza. Me había tranquilizado. ¿Cómo lo había conseguido?

-Bien… -Balbuceé, disimulando mi paranoia. – Haz esta operación.

Arrastré su folio hasta mi altura. Me incliné sobre el papel y escribí una operación algebraica. Después, se lo extendí y ella atrapó el folio con sus manos.

Sus manos… 

Estaban algo morenas gracias al cálido sol del verano. Perfectamente cuidadas e hidratadas. Sus uñas eran rosas, y contrastaban perfectamente con su piel.

Agité mi cabeza de nuevo. Estaba quedándome embobado. ¿Sería el aburrimiento? Hacía tiempo que no hacía esto.

Era inevitable no poderla mirar las manos, las cuales me estremecían, así que, debía buscar una solución.

-Te sabes la teoría pero no la práctica. - Musité.  – Mira.

Suspiré en mi interior, y de nuevo recuperé el folio. Ahora solo miraba a la hoja, y me concentré en terminar la operación.

Álgebra. Se me daba tan bien cuando estudiaba…

-Es así. – Dije. - ¿Lo has entendido?
-Sí… - Titubeó. – Algo mejor.

Suspiré. Primer objetivo conseguido, pero no con éxito. ¿Por qué diablos me desconcerté tanto cuando miré sus ojos? ¿Y por qué me perdí cuando observé sus manos?

Era una cría antipática, patosa, borde e inmadura. No tenía nada que envidiar a Anne. Pero, ¿Por qué diablos la comparaba con mi novia?


Estaba delirando. Quizás el aburrimiento, quizás… No lo sé. 


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